Y los hermanos también preguntan….*

 

Mariana Alba de Luna

Association La Main à l’Oreille

 

Quería hacer una pregunta a Mariana, que ha comentado antes que tiene una hermana autista ¿En qué momento ves lo que le pasa a tu hermana, lo aceptas, y crees que los demás se tienen que enterar, lo tienen que comprender también? ¿En qué momento pasas a tomar esa decisión?

Cuando yo era niña la primera respuesta que tuve fue la agresión, porque primero yo me sentía agredida por la llegada de mi hermana, que llegó un año después de mí. Ahora lo sé, me sentí agredida porque su presencia enigmática desde el momento en que nació detuvo todo, tomó el lugar de todo. Y yo tuve que hacer primero con esa agresividad, y al mismo tiempo con la fascinación que me despertaba mi hermana porque la veía especial. Sentía un amor hacia ella, y una mezcla entre amor y enojo por haber llegado tan pronto y quitarme un lugar. Yo pensaba que había algo de esto. Pero después empezó a fascinarme y yo decía “Bueno, si todos se interesan en ella, voy a ser como ella”. Entonces me puse… no a imitarla, pero me pegaba a ella y me volví como su doble. Me ponía sentada a su lado y comencé a preguntarme “Pero, ¿qué hace ahí callada, en un rincón, en el jardín? ¡Algo debe hacer!”. Y descubrí muchas cosas.

Al ponerme al lado descubrí, por ejemplo, que pasaba horas mirando las hormiguitas que nadie veía -como decía Eugénie Bourdeau, cuando estás en otro piso que no es el de la escena, puedes mirar. Entonces empecé a encontrar la paz, que tal vez era la que ella encontraba mirando el movimiento incesante de las hormigas. Y se pacificó mi enojo, pude estar con ella. Y me dije “Bueno, el movimiento que ella no tiene, lo tienen esos insectos y eso la ocupa”.

Y, por ejemplo, ella pasa mucho tiempo en una ventana mirando la calle, mirando la vida alrededor de ella… Y me puse en ese ángulo…no a mirarla ella, sino a dejar de estar atrapada por mirarla y decir ¿quién eres?, ¿qué eres?, ¿qué nombre tienes?… porque mi hermana no habla. Y entonces dije, “Bueno, voy a intentar ver cual es su mundo, qué es lo que mira”. Y me puse a ver que mira lo mismo: las hormiguitas son la gente en la ciudad, el panadero, la tienda a la hora que se abre y hace el ruido de la cortina de metal, el señor del restaurante de enfrente que abre su puerta a la misma hora… Y ella viene y confirma, que cada cosa esté en su lugar y pase en el momento preciso. Y ese es su mundo, somos hormiguitas para ella.

Y ella tenía otra cosa: se escapaba y nos tenía asustados -no se si a algún papá de aquí le ha pasado que se van…, sin límite. Y era buscarla, traerla… Y un día, tenía yo 8 o 9 años, me dije: “¿Adónde se va?, ¿qué hace cuando se va y nos asusta así?”. Un día abrí la puerta y le dije, “A ver, vete y yo te sigo”. Y se fue, y la seguí, y entonces me llevó, y mi sorpresa fue que – no sé como hacen ellos, sabemos que muchas cosas no las podemos explicar- me llevó a un campo de fútbol -ella sabía exactamente donde estaba, no muy lejos de casa- y se sentó a mirar el fútbol. Diré que el objeto que mi hermana escogió de entre la multitud de objetos que tenemos nosotros, siempre fue una pelota, de fútbol. Entonces, ella fue a ver a los de su comunidad, los de la comunidad de los de la pelota. Todas esas cosas calmaron mi enojo. A veces cuando estaba en el autobús -en México le decimos “camión”, soy mejicana- la gente la miraba cuando gritaba, cuando se pegaba, cuando se agredía… y yo cogía y les decía “Pero déjenla a ella, tiene derecho, es su forma de ser, ¡qué la están mirando!”, y me quería pelear con todos, era muy brava. Y después se calmó todo eso.

Y pensé que la forma de dar testimonio de esto era decirlo ahora como lo puedo decir, ya sin lo que me hacía estar ciega a lo que podía compartir, sin quedarme ni con una fascinación ni con un enojo. Transformarlo en algo en que puedo invitar a los otros a buscar ellos también su punto de mirada para entrar en su mundo. Pero no decir que ellos vengan a nuestro mundo ni que nosotros vayamos al suyo, porque no podemos, sino encontrar ese punto de encuentro en el que podamos compartir cada uno como somos. Ahí mi testimonio tenía una utilidad”.

*Fragmento del coloquio realizado en Zaragoza en mayo de 2015 con motivo de la exposición artística “El mundo en singular”

Transcripción: Gracia Viscasillas