Jean- Jacques Manicourt
En el seno de Le Courtil, un servicio transversal moviliza el despertar al saber. Se acude allí para poner al trabajo el interés particular centrado en un objeto del saber. Este servicio se llama l’Éveil (Despertar) y acoge a muchos niños y jóvenes de los diferentes Centros de día y Residencias.
Trabajo en el Éveil, pequeña estructura que recibe a jóvenes sujetos interesados por un saber. Acojo a estos jóvenes -incluidos a jóvenes y niños autistas (pues sabemos que no son insensibles al saber)- Uno por Uno. Este dispositivo difiere de una práctica en un grupo de vida. El Uno por Uno (que evidentemente no excluye el caso por caso), no va de suyo. Me ha sido preciso inventar una manera de circular, una manera de puntuar el taller sin pasar por la práctica entre varios.
Observé en muchos de estos jóvenes autistas una propensión a seguirme en cuanto me ven (en sentido estricto, en cuanto me ven y no se lo esperaban). Se ponen deprisa y corriendo zapatos y chaqueta (cuando no cogen mi abrigo) y van conmigo por el camino que los llevará del grupo de vida hasta el Éveil. Algunas veces, para continuar avanzando, estos jóvenes autistas me toman prestado un imposible paso de baile o una palabra “cosquilleante”. Entonces, un paso, un abrigo, una palabra, basta para que los gritos cesen y que sea posible seguir caminando. Ellos lo toman de mí como copistas, en el sentido en que Dona Williams nos da una de las posibles encarnaciones del doble, la cito: “De niña yo definía “amigo” como ‘Alguien que se deja copiar hasta el punto en que uno se convierte en esa persona’. Sin concentrarme directamente en ella o en él, yo me unía a ese ser, fusionada con su voz, su estilo y el ritmo de sus movimientos “.
¿Qué posición adoptar en relación al niño autista?
¿Por qué tanta prontitud para seguirme? ¿Es porque, naturalmente, yo ocupo una posición de Mayordomo –un Mayordomo a la Eugène Allen encarnado por Forest Whitaker en la película “El Mayordomo”?
“Mayordomo”, evidentemente no tiene aquí ninguna dimensión peyorativa. El “Mayordomo”, es discreto: una cualidad que le reconoce el Amo; se ocupa de las tareas, lo que le excluye del discurso citado. El “Mayordomo” interviene poco en la educación, lo que le pone a resguardo de ese imposible a veces de educar. El “Mayordomo” está disponible, sin presentarse demasiado deseante y sin hacer muchas preguntas; deja sus demandas de lado. Sobre todo, el “Mayordomo” no es un técnico: no sabe a priori. Es una buena posición previa al doble.
Una colega al leer lo precedente, me hace aterrizar -olvidamos ese encargado novelesco de las cuestiones de la casa, haciéndome observar que estos jóvenes que se precipitan para seguirme, lo hacen sobre todo porque tienen la seguridad de encontrar, de semana en semana, sus objetos- en el caso presente, su doble, este “amigo” con las “cualidades de un ‘Mayordomo”. Y yo agregaría: la promesa de un lugar de menos o de poca enunciación; ella no me contradijo en esto.
L’ÉVEIL, un lugar de poca enunciación
Porque a veces, en la escuela, estos jóvenes tienen que enfrentar demandas que les ponen en dificultad, o, porque, en el grupo de vida, se habla un poco demasiado y su objeto no les basta para hacer borde, l’Éveil constituye acaso una promesa para ellos, la promesa de menos imperativos. Hay ese ordenador del que nadie puede privarles, que usan del lado del doble (personajes de dibujos animados, por ejemplo, o del objeto para hacer borde: cámara, aparato de fotos, selfies, etc.). Y ese interviniente que habla poco, más bien un poco callado, que interviene (más o menos) en la dimensión del signo, dejando fuera las enunciaciones, el demasiado de voluntad, de insistencia, etc.
LOS GRITOS DE YOUSSEF
Youssef es uno de esos niños que se precipitan en seguirme. Niño de 8 años, sin el soporte de un doble, grita. Un doble es por ejemplo, su reflejo, o un personaje de dibujos animados del cual él copia la voz o el movimiento.
Youssef grita siempre igual, sin variación; Youssef grita cuando pasa de un lugar a otro, grita al ver su plato vacío y e incluso si está lleno, grita hasta cuando lleva un trozo de comida en la boca. Youssef está todo él en ese grito. Sin parar, Youssef grita en el espacio entre el signo y su representación; ese grito no es del orden de un capricho: Youssef no comprende ese tiempo de latencia entre la palabra y la cosa; no soporta el agujero que se abre entre decirle de ir a comer o de ir al columpio y realizar la acción. Comer remite inmediatamente a la comida en la boca, columpio remite a columpiarse una vez instalado y empujado.
La función del doble que hace borde
Para que ese grito -casi permanente al comienzo de haberlo tomado bajo nuestra responsabilidad- cese, Youssef se apoya en un doble, la forma que reviste para él el borde autístico, especie de frontera que le protege de un mundo caótico y amenazante. Puede ser su reflejo en el espejo, o la pantalla de la televisión o, aún, un interviniente del cual él imita los pasos del baile en el taller de música (como un copista) o un cantante del cual imita la voz.
Pero cuando Youssef hace Uno con su doble, él ríe, pero con una risa que es del mismo orden que el grito. Una risa que puede repetirse sin fin, como nos dice su madre. Si Youssef se encuentra solo con el objeto o el doble, entonces hay como un demasiado viviente: el doble lo agita y no lo pacífica. Conviene entonces acompañar a ese doble hablándole de una cierta manera –sin intensidad ni deseo- de su saber sobre el objeto, o de cualquier cosa.
Una pequeña viñeta
Youssef juega a vestir y desvestir personajes – es un juego de internet. En un primer tiempo, él se regocija del ejercicio: salta por todas partes, se acaricia el sexo y ríe sin fin. Hay como un repliegue del doble sobre su propio cuerpo -el doble que le interesa es a menudo un doble en movimiento. Justamente se detiene para decir “pica”, como respuesta a mi reflexión entre exclamación e interrogación de lo que no quería ser una pregunta “tocarse el zizi” (el pito).
Por el contrario, cuando el objeto se aleja del doble entonces la risa cesa y Youssef puede entrar en relación. Véase como. Cuando Youssef viste al personaje con una gorra de rapero, yo hago “Yeah” a la manera de un rapero. Youssef cruza mi mirada e imita el gesto del rapero. La risa cesa en beneficio del juego. Cuando Youssef hace del personaje un calvo, él cruza de nuevo mi mirada y pone las manos sobre su cabeza.
El trabajo está en sus preliminares -alrededor de la cuestión del doble y de la risa, del objeto y del grito. Al igual que el trabajo de escuchar a su madre, que sufre con esas formas de automutilaciones.
Con la mamá
El día en que llegó Youssef, tuve una entrevista con su mamá. Youssef gritaba. La mamá me confiaba que, entre grito y risa sin fin, ella no sabía qué hacer.
Youssef me acompaña con un grito continuo. En mi despacho, él constata que mi chaleco está sobre una silla. Se lo pone y los gritos cesan inmediatamente. Luego, le acompaño a la puerta; su mamá nos espera, se da cuenta del chaleco que el niño lleva puesto. Le digo que así revestido con una ropa tomada al otro, Youssef cesa de gritar y puede escuchar música, bailar, etc. Ella también lo ha constatado, pero se inquieta por el hecho de que a veces su hijo se pone ropas de niña (pues se pone sus vestidos). Como ella parece tenerme confianza, yo aprovecho para decirle que, en mi modesta opinión, no es tanto el género de la ropa lo que pacifica a su hijo, sino más bien una ropa grande y cubriente que él toma del otro. Y añado para mí mismo: una ropa que le da un cuerpo. Algunas semanas después, supe que durante una boda a la que fueron invitados los padres de Youssef, él tomo el velo del vestido de la novia con el acuerdo alegre de ella. Así vestido, Youssef cesó de gritar y bailó una parte de la noche con la novia. Beneficio secundario, los padres pudieron disfrutar de la velada.
Apostemos porque prospere ese trabajo con los objetos y sus dobles más complejos, que permitirán hacer vínculo social (como en la boda), y que tranquilizarán tanto a la mamá como a su hijo Youssef.
Traducción: Luis Villa
Revisión: Gracia Viscasillas