¿ Quién es mi hijo ?

Ana Goiricelaya

Presidenta de TEAdir-Euskadi


Es complicado para mí, como madre, decir quien es mi hijo, no me bastan 15 minutos.

Inas llegó al final del verano de 1996, el día de San Bartolomé, al igual que hiciera 100 años antes su bisabuelo. Una de sus muchas particularidades. Fue el primer nieto varón para mi madre, y por ello fue recibido como un rey por abuelas, bisabuelas (tenía tres), tías, primas y una niñera muy especial. Y sin darnos cuenta, entre siestas y pañales los tres, nos graduamos como familia.

Desde siempre mostró ser un niño muy despierto y muy especial, con una gran sensibilidad. Siempre estaba sonriendo y le encantaba comer y probar nuevos sabores, jamás comía dos veces seguidas lo mismo. Las texturas eran importantes para él y la comida triturada no le agradaba.

Con estos simpáticos detalles fue creciendo y poco a poco empezó a descubrir el mundo. De niño le gustaba mucho la música, empezaba a bailar con los primeros compases y así, en su primera navidad apareció una de sus grandes pasiones: la batería.

Resultaba cuando menos curioso que encontrara gozo en la batería cuando los sonidos fuertes de voces, cohetes, coches, etc. le molestaban y se protegía de ellos. Incluso cantarle el cumpleaños feliz le resultaba molesto (quizá porque cantamos muy mal).

Coincidiendo con esta particularidad suya apareció otra un poco más complicada de gestionar, que fue su disgusto por llevar ropa. No se quería poner casi ningún tipo de ropa, tan sólo algunos pijamas viejos de algodón. Al menor descuido se quitaba la ropa, y así, su tercer cumpleaños lo celebró totalmente desnudo en la fiesta familiar. ¡Menos mal que nació en verano!!!!

También demostraba mucho interés por los lugares insólitos y nos sorprendía con su empeño de meterse en cajas, de madera, de cartón, de plástico… daba igual. Incluso le atraía meterse dentro de la secadora. Empecé a preguntarme qué era lo que buscaba al meterse en esos sitios, pero quizá la pregunta correcta fuera qué encontraba cuando entraba allí.

Jugaba de una manera muy especial, y en ocasiones, sus mejores juguetes eran los más inesperados: un tren hecho con cajas de zapatos y cuerdas, ropa, carátulas de vídeos… Nos parecía muy curiosa su forma de jugar, pero bueno, cada uno juega con lo que quiere, o puede.

Por esa época apareció su afición a vestir como sus personajes. No eran disfraces, era “ropa”. Y así, unas veces era Elmer Fudd, otras Astérix el Galo, Obélix o el pato Donald. Utilizaba sus palabras, sus expresiones, incluso frases enteras de un diálogo; adoptaba el hablar de sus personajes como propio.

Tanto llegó a mimetizarse con el personaje que en una época preguntaba si él era un niño de verdad. ¡Por favor!!!! Claro que era un niño de verdad, era MI niño y yo era el hada azul que le dio la vida. Cada noche yo le preguntaba que quien era él y con una gran sonrisa y su lengua de trapo me decía: “Itayo, el chico de amatxuuuuu!!! (Itayo era como decía su nombre porque no sabía decir Ignacio; Amatxu equivale a decir mami).

También tenía una marcada obsesión por tener algo puesto en la cabeza desde que era muy pequeño, algo que sigue vigente a día de hoy, en que ha sustituido sombreros y gorras por una preciosa melena llena de rizos.

Como cualquier niño, disfrutaba con los vídeo-juegos que jugaba con su madre, y también con las películas, pasión quizá aprendida de su padre. Con todo esto, cuando pudo sujetar un lapicero empezó a dibujar sus propias historias, creando sus propios personajes.

Tenía una curiosidad desmesurada y no se conformaba con una respuesta evasiva, tenía que saberlo todo. Esta curiosidad hizo que aprendiera a leer muy pronto y eso abrió para él un mundo lleno de conocimiento. Ya no necesitaba preguntar, pues los libros se lo contaban todo. Esto hizo que sus intereses se acentuaran, y se inició su propio periodo de estudio sobre temas muy diversos como los dinosaurios, el Cosmos, la Segunda Guerra Mundial, la Historia de la Europa medieval.

Y entre tanto, jugaba con su hermano, su gran compañero y aliado, que le seguía en su alegría y le acompañaba en sus silencios. Sin cuestiones, aceptando la realidad, el día a día, saboreando el momento. Y sufriendo por su hermano. Siendo, según sus propias palabras, el hijo pequeño y el hermano mayor.

Fue creciendo y estas particularidades se hicieron cada vez más complicadas de gestionar socialmente. La constante crítica hacia nuestro modo de educar y el rechazo a su actitud diferente al resto, nos hizo dudar de nuestra valía como padres. Y con la angustia matando nuestra ilusión de ser unos padres descubriendo el mundo a través de los ojos de sus hijos, sucumbimos a la presión social y le dejamos de acompañar para forzarle a ser algo o alguien que no podía ser. Y así, se encerró en su mundo y nos dejó fuera de él. Nos alejó de su vida y de su mundo de una manera agresiva, incluso a su hermano que siempre había sido su aliado. Ya no nos hablaba y jamás sonreía.

Se convirtió en un fantasma, en un muerto viviente sumido en la angustia y la desesperanza, transitando por un mundo paralelo al nuestro. Por un tiempo todo dejó de tener sentido y nuestra familia al completo se ahogaba. Hasta que fuimos acogidos en un modo de terapia diferente, que nos permitió volver a autorizarnos como padres capaces de acompañar a nuestros hijos en su camino, con nuestras fortalezas y debilidades, inventando día a día un nuevo modo de resolver. Y, poco a poco, Inas volvió, tendió ese frágil puente que conecta su mundo y el nuestro. Volvió con su particularidad, con su sonrisa, como siempre había sido.

Puso de manifiesto su fortaleza para no dejarse doblegar hasta el punto de llegar casi a romperse, y al mismo tiempo nos mostró su tremenda vulnerabilidad. Nos enseñó su gran capacidad de trabajo superando sus dificultades para estar con nosotros y lo importante que es para él contar con su espacio y su tiempo. Porque si algo es importante con Inas es el tiempo, SU tiempo, que algunas veces nos lleva a tener que correr para alcanzarle y otras a ralentizar el paso para caminar a su lado, porque ir por delante nunca ha sido una buena idea. Por fin, todo, absolutamente todo tiene sentido y hemos recuperado a nuestro hijo, alegre, culto, educado, apasionado de la verdad y la justicia.

De sus particularidades ha hecho un modo de vida. Ahora toca una batería más grande y se esfuerza cada día por alcanzar su sueño de ser director de cine.

¿Que quién es mi hijo? Realmente necesito mucho más tiempo para contar quien es él. Porque el Síndrome de Asperger no lo define, tan sólo lo etiqueta.