Un trabajo con todos los niños

 

Yolanda Sarsa

Directora Centros de Educación Infantil «Patinete»

 

Como sabéis Patinete es un Centro de Educación Infantil al que -aunque tiene la particularidad de acoger en su institución a niños con graves dificultades- la mayoría de los niños que acuden son niños a los que vulgarmente se les aplicaría el calificativo de «normales». Sin embargo, para nosotros esta supuesta «normalidad» no nos exime de un trabajo cuidadoso con cada uno de ellos y que no deja de poner en juego la particularidad del caso por caso.

Por ello, para ejemplificar las reflexiones acerca de la entrada y el proceso de separación hemos elegido presentar lo que podríamos llamar «un caso entre otros», pero como veréis, tratado en su singularidad.

Ana tiene 10 meses cuando comienza a acudir a Patinete. Tiene unos padres que difieren en el estilo de relación a su hija: mientras que la madre se presenta bajo el matiz de la protección, el padre se muestra más relajado en este aspecto.

La madre de Ana, que ha de incorporarse al trabajo al cabo de pocos días, decide acompañar a su hija por ese tiempo. ¿Qué se sitúa como lo particular de esta mamá? Que «ve» a su hija muy «pequeñita». Esto es un decir de la madre que se sostiene en una enunciación intemporal (no se trata tan solo de que la viese pequeñita al inicio de su estancia con nosotros). En Patinete esta mamá se muestra muy protectora con su hija, muy pegada a ella, y se dirige a ella con expresiones como «ay, pequeñita mía», «vida mía», «cosita pequeña», «chiquitina» …

La mamá solía sentarse en el suelo con Ana, y si en algún momento se levantaba para alcanzarle algún juguete, la niña se ponía tensa; ante lo que la madre volvía corriendo a su lado diciendo «¡ay, que se asusta!». Decía que la veía pequeña y que temía que los otros niños le hicieran daño.

En muchas ocasiones, ante la expresión de un malestar o una protesta en la niña, pero también en ausencia de esto, decía «le voy a dar el pecho».

Al principio observamos que si nos acercábamos y dirigíamos directamente a Ana, ésta se quejaba. Decidimos entonces situarnos cerca de la mamá, entablando pequeñas conversaciones con ella en presencia de la niña, o ponernos a jugar con otros niños cerca de ambas. Fue así como poco a poco pudimos entrar de una manera no invasiva en esa pequeña burbuja que se conformaba alrededor de Ana y su madre.

Queremos señalar que, lejos de censurarla, o de colocarnos en la posición de aquel que sabría cómo hacer y dictaría las pautas correspondientes –discurso muy actual y extendido-, tomamos este tiempo como una oportunidad para captar modos de relación entre ambas, a la vez que la mamá podía establecer una relación de confianza con nosotras al observar la manera de dirigirnos a los niños, de calmarles en sus llantos, de presentarles las actividades, de cuidarles tanto individualmente como en las actividades de juego grupal.

Establecida esta relación de confianza, a la que también fue sensible Ana, el siguiente paso fue decirle a la madre que trajera algo para mantenerse ocupada –en otra cosa que su hija- durante el tiempo en que Ana permanecía en Patinete. Se trajo un libro, y observamos que Ana, que ya había aceptado nuestra presencia junto a ella, se movía más, comenzando a desplazarse –primero culeando y luego comenzando a gatear- hacia los objetos que había cerca de ella.

Al ver a otros niños –apenas un par de meses mayores- comer sólido, la madre de Ana comenzó a preguntar por el momento de la introducción de este tipo de comida. Nuestra respuesta fue remitirnos a la edad en la que solían iniciar este tipo de alimentación otras madres, y remitirla al pediatra.

En un momento de la mañana, en Patinete se les ofrece galletas a los niños. La madre, asombrada, dice que nunca le ha dado a Ana una galleta. Al ofrecerle una galleta, Ana no hace por cogerla, siendo entonces la madre quien la cogía y la partía en trocitos minúsculos que le iba dando en la boca. Ana no se llevaba nada a la boca.

Cuando la madre marchó, pues finalizó el tiempo de acompañamiento ya que empezó a trabajar, Ana dejó de jugar. Se quedaba quieta, muy seria, y lloraba si no se la cogía en brazos. Fueron días en los que hubimos de poner mucho el cuerpo con Ana: de cogerla en brazos pasábamos a estar sentadas en el suelo y a sentarla rodeando su cuerpo con el nuestro. Quisiéramos destacar que no en todas las separaciones lo aparente del malestar es el llanto. En concreto, en el caso de Ana, justamente el llanto era lo más fácil de calmar, pues aceptaba rápidamente el dejarse consolar por nosotras; eran sin embargo otros comportamientos –menos molestos para la dinámica de la clase y que hubieran podido hacer que Ana pasase desapercibida- los que para nosotros se hicieron signo de su malestar.

En reunión de coordinación se destacaba el hecho de que Ana no hacía por coger ningún juguete, se decía que «no cogía nada». Poner esto en cuestión nos permitió, al día siguiente de esta reunión, una observación más atenta de este «no cogía nada» que propició una intervención afortunada.

Sentada en el arenero, ciertamente que parecía que Ana no cogía nada –ningún juguete, ningún cubo o pala, tampoco manipulaba la arena. Pero Ana sí cogía algo: su atención y sus manos se dirigían hacia pequeñas piedrecitas que se encontraban entre la arena y que ella iba cogiendo. Atender a estas «piedrecitas» nos pone en evidencia también que en otros momentos coge bolisas, miguitas de pan (aunque no coge un trozo grande), siempre lo «pequeñito». Las educadoras ponen en serie estas «piedrecitas» con lo «pequeñito» y los «trocitos» de galleta que le daba la madre. Y a una educadora se le ocurre entonces hacer pequeños trocitos con un papel y tirarlos cerca de la niña y un poquito más allá. Ana se ocupó entonces en coger los que tenía a su alcance y gatear hasta coger los que estaban más lejos.

A partir de ahí Ana comienza a moverse más, dirigiéndose también a los juguetes. Empieza a jugar, a no necesitar los brazos de las educadoras, y a poder disfrutar, alegre, de su estancia en Patinete.

Cuando la mamá empezó a trabajar, cada día venía un ratito a dar el pecho a Ana. La nena se ponía a mamar, aunque observábamos que cualquier cosa captaba su atención y se retiraba del pecho. En una ocasión la madre le insiste a Ana «¿Quieres?», pero Ana no hacía ademán de coger el pecho. Es la educadora la que responde a la madre «¡Pues parece que no!». La madre insiste hasta que la niña se agarra al pecho, exclamando entonces aliviada: «¡Ah, sería la primera vez que dices que no!». Ana chupa un poco y lo deja.

Al poco tiempo la mamá llega un día con Ana anunciando: «Ana se ha destetado…¡ y está comiendo mucho!».

Como bien dice la mamá, es Ana la que se ha destetado. Sin embargo, no podemos dejar de observar el cambio de posición de la mamá que favoreció ese destete: la alegría de ver crecer a su hija.