Aurore C.
Association La Main à l’Oreille – Antenne Normandie
Somos los padres de un maravilloso niño de 3 años y medio.
Es un niño vivo, inteligente, cariñoso, sorprendente, gracioso… Es también un niño con trastornos del espectro autista, o «autista», si se prefiere.
Nuestro pequeño lloraba mucho cuando era bebé, y muy pronto el vestirlo, el desvestirlo, los cambios de pañal, se convirtieron en difíciles para él. Se encolerizaba mucho.
Recuerdo que tardó tres semanas en pasar del cochecito al carro, aunque sólo tenía unos meses…. Hacia los 15 meses empezó a tener grandes crisis de cólera y se hacía daño y eso nos preocupaba mucho.
Ante mi creciente inquietud, el pediatra me aconsejó inscribirle en una guardería para que estuviese con otros niños. A finales del año anterior estábamos muy preocupados por nuestro pequeño, pues él estaba como en una burbuja, incluso creímos que era sordo. Evitaba claramente el contacto con los otros niños.
Comuniqué mis preocupaciones a la guardería, allí jugaba solo, rechazaba el acudir a las actividades. Después de varias consultas, ante nuestra insistencia en pensar que había un problema, consultamos a un especialista: nuestro hijo era autista.
En la guardería hizo grandes progresos, empezó a acudir a las actividades, incluso se hizo dos compañeritos. Pensamos llevarlo a la escuela, de acuerdo con el CMP (Centro médico-pedagógico), con un ritmo de varias horas semanales.
Una profesional de la guardería de mi hijo contactó conmigo. No lo imaginaba en la escuela y le preocupaba la influencia que esta tendría para él. Me habló de La pasarela, una estructura Quevillesa, que a ella le parecía muy buena para nuestro hijo, quizás desde ese momento, desde ya. Reconozco el no haberlo vivido bien en ese momento, no conocía el Centro, me decía «En pleno progreso en la guardería, empieza a sentirse bien allí, ¿por qué razón moverlo? ¿Se le clasifica porque no es como los otros? ¿Se le aparca en un garaje? ¿Vamos a ponerlo con otros muchos niños turbulentos? ¿Huesos duros de roer que nadie quiere? ¿No tiene un lugar en una escuela normal? ¿Ya a los tres años?». Me equivocaba ya, pues La pasarela acoge niños de los más «normal».
He ahí la pésima opinión que tenía del lugar sin conocerlo… Por otro lado, en las conversaciones me di cuenta de que la gente no conocía su existencia, y claro, ¡saben aún menos de su vocación! Incluso los que viven al lado. En resumen, me peleé para que se quedara en la guardería. Y lo conseguí.
No pienso haberme equivocado dejándolo allí, teniendo en cuenta que el personal hacía un trabajo increíble con él. Conocía bien el lugar, y siguió progresando hasta las vacaciones de verano.
Cuando fuimos a visitar el colegio vi la gran diferencia entre los otros niños y el mío. Recordé lo que me había dicho la profesora de la guardería, e hice las gestiones necesarias para obtener una plaza en La pasarela en el caso de que la escolaridad no funcionara, en el caso de que hiciera falta, pues era demasiado mayor para la guardería y también para las pequeñas secciones de infantil.
El informe para la demanda de AVS (auxiliar de vida escolar) estaba en marcha, y lo que más temía ocurrió, no tuvimos el AVS a tiempo para el inicio de curso. Habíamos tomado fotos de su escuela, de su maestra, de la ayudante. Las habíamos puesto en su habitación. Habíamos leído libros sobre la escuela, habíamos visto dibujos animados sobre el tema… Lo habíamos preparado todo al máximo. Desgraciadamente, tras once horas de clase, volvimos un jueves por la mañana, bajo la lluvia…: sin AVS, no podrá volver a la escuela, sale de la clase, no sigue al grupo en sus desplazamientos… En resumen, era demasiado difícil ocuparse de él con todos los otros niños, además. Quince días de escuela, once horas de clase, meses de preparación, apenas 3 años y medio, y ya excluido del sistema. No maldigo a nadie, constato, eso es todo.
Sin embargo, la sociedad tiene el deber de ofrecer un lugar a cada uno de sus ciudadanos.
Para nuestro hijo, para nosotros sus padres, era vital que tuviera un sitio fuera de nuestro hogar desde su temprana infancia con el fin de ayudarle, de no sentirse rechazado de golpe y de preservar sus logros. El, que tiene tanta necesidad de abrirse a los otros, y al que le gusta la compañía de los niños, estaba obligado a quedarse conmigo en casa. Llamé a La pasarela, me dijeron: «Pues claro, señora, hay una plaza reservada para su hijo». Fui yo sola a encontrarme con el personal y a ver el Centro, muerta de miedo de que me dijeran que mi hijo en la escuela no es como los otros niños.
Y allí me encontré a un personal sonriente, de oreja a oreja, apasionado, comprometido. Me mostraron las diferentes salas -que me parecieron enseguida adaptadas a mi hijo-, su compromiso, su forma de hacer, y el perfil de los niños acogidos allí: demasiado grandes para la guardería, no preparados para la escuela… Les permiten conocerse entre ellos, y tomar sus puntos de referencia en la sala de juegos, antes de introducir los tiempos de actividad, de cambios de lugar, de almuerzos en la mesa; y luego pasan a integrarse en pequeñas sesiones en la pequeña sección de infantil de la escuela, para pasar luego a un grupo mayor. Se respeta el ritmo de cada uno, incluyendo poco a poco las reglas de la vida colectiva. Para nuestro hijo, que tiene justamente gran necesidad de tiempo, era lo ideal. Era como una inmersión hacia el mundo escolar dulcemente, tranquilamente.
Nuestro hijo se adaptó muy rápidamente a La pasarela, rápidamente jugó con los otros y estuvo le gustaba mucho ir allí. El problema para él eran los cambios de lugar. Progresivamente, y con mucha dulzura, la educadora de La pasarela le acompañó a seguir al pequeño grupo en la sala de motricidad, en el recreo… Al igual que ella hace con los otros niños llamados «normales» (aunque no me gusta demasiado esa palabra). Finalmente, ahora sabe quitarse el abrigo él solo, está menos rígido en los cambios de lugar, sigue al grupo hacia los diferentes lugares de la escuela donde está situada La pasarela.
Además, para un niño con autismo, es extremamente enriquecedor encontrarse con niños con un modo de funcionamiento más clásico, esto le enseña gran cantidad de cosas a nivel social, a nivel de la relación con los otros incluso e incluso la imitación… Nuestro hijo reclama «¡Ir al baño!», desde que va al baño con sus compañeritos. Observa hacer a los otros. ¡Y qué mejor para el futuro de nuestra sociedad que enseñar a los niños llamados «normales» que la diferencia existe, estar en contacto con ella desde la infancia en lo cotidiano, y mejor aún, hacerse una amiguita!
Esas dos mañanas por semana en las que veo a nuestro hijo correr contento hasta la puerta de La pasarela, sentarse correctamente, comenzar a quitarse el abrigo él solo, entrar con una gran sonrisa con plena confianza en la sala de juegos, e ir hacia sus amigos, jugar con ellos, ¡reír! Es una indescriptible sensación de felicidad, como si volviera a nacer. Deseo vivamente, a través de este testimonio, agradecer a las personas que allí se ocupan de él.
Mi agradecimiento a la persona que me lo aconsejó, y por mi parte, aconsejar un lugar así a todos los padres cuyos hijos están en edad de empezar la escuela pero que no están todavía preparados, cualquiera que sea la razón. No lo duden, hay en otros lugares, aunque ciertamente no sean suficientemente numerosos.
Traducción: Elvira Tabernero