Mi encuentro con Noah y su continuación

 

Véronique Cornet

Le Courtil

 

Los padres sitúan el inicio de las dificultades de Noah cuando tenía nueve meses y la mamá hubo de volver al trabajo, tiempo durante el cual lo dejó al cuidado de su propia madre. Fue entonces cuando comenzó a tener terribles crisis de angustia con llantos inconsolables. Luego, toda frustración ocasionaba crisis con autoagresividad y después también con agresividad hacia los otros. Desde los 2 años y medio, Noah es atendido por la psiquiatra infantil por trastornos en la adaptación, trastorno generalizado del desarrollo, y autismo severo con agresividad hacia sí y hacia los otros.

Hace dos años y medio, Noah, de 8 años, fue admitido en Courtil.

La mirada

De entrada, desde el primer encuentro, Noah da muestra de la importancia que toma para él el objeto mirada. Se presenta ante al Otro con el brazo delante de los ojos. El hecho de que cuando se autoagrede, es exactamente esta parte del antebrazo que oculta sus ojos la que se muerde, me hace pensar que si la mirada no está separada, él la extrae ahí, en su antebrazo.

Durante la primera semana de prueba en Courtil, cuando una mirada cruzaba la de Noah, él emitía un grito. Luego, Noah alternó miradas insistentemente fijas en nuestros ojos y el arrancar las gafas de aquel que las llevaba. En ese tiempo de los primeros momentos en el Centro de día, en una ocasión en que estábamos en un taller y yo dibujada con un bic en la misma mesa que él, Noah agarró el bic, escribió algunos trazos y luego me lo lanzó apuntando precisamente a mi ojo como para introducir allí el bolígrafo. Durante las primeras semanas, la entrada o la salida de los niños o de algún interviniente en el campo de su mirada tenía por efecto inmediato que Noah tirase de un manotazo todos los objetos a su alcance así como que tirase mesas y sillas con gran estrépito, y todo ello, gritando.

La primera vez que Noah y yo paseamos por el patio del Centro de día, al pasar delante de un cristal que reflejaba nuestra imagen, se detuvo de repente, se echó a reír, jubiloso y brincando, y me miró; luego me cogió de la mano para continuar nuestro recorrido. Esto se repitió varias veces. En el taller “Video”, Noah cogió el aparato de video que yo tenía, y puso su mano en la parte sobre la cual se ve lo que se ha filmado. Si yo dejaba el aparato, él volvía a tomar mi mano para que yo le sostuviese con él. De este modo, Noah observaba lo que pasaba en la sala a través de la pequeña pantalla que él mismo orientaba de abajo a arriba y de izquierda a derecha. Luego, fue una muñeca la que él mismo hizo mover delante de la pantalla para mirarla moverse en la pantalla y en el espacio. Después, consintió a que yo le filmase, para mirarse en un segundo tiempo en la pantalla.

Algo se construyó a lo largo de su estancia en los talleres. Su mirada pasó a fijarse frecuentemente sobre lo que hace de pantalla en el mundo (cámara de fotos, teléfono, tablet, cristales, espejos) para luego ir a buscar en la realidad lo que él ve sobre la pantalla. Cuando esto no pasa por una pantalla, Noah ha encontrado la manera de bordear su visión adoptando una mirada al sesgo, como si viese al mismo tiempo el borde de su ojo y lo que él mira.

Me planteé la hipótesis de que el paso por la pantalla le ha permitido despegarse de lo que ve, aquello de lo que él se defendía antes mediante una extracción sobre su propio cuerpo (mordiscos) o lanzando los objetos violentamente. Ahí donde no subjetivaba ni el espacio ni su cuerpo, Noah ha inventado un útil que le ha permitido asegurarse un intervalo, una separación, entre él y los objetos, entre él y el otro.

Noah prosigue en lo cotidiano este trabajo de estructuración del espacio, señalando con el dedo el cielo, el techo, las paredes, y luego también su propio cuerpo. Poco a poco, hemos visto nacer en Noah un gusto por un cierto ordenamiento, dedicándose ahora a ordenar minuciosamente cada cosa en un perfecto alineamiento.

La voz

Noah es un autista que no parece sentirse perseguido por lo verbal. Nosotros podemos dirigirnos a él, plantear una pregunta a la cual él responde con un signo de la cabeza. Si conversamos entre colegas al lado de él, Noah nos escucha mirando fijamente, sin que eso le angustie. Su mirada va del uno al otro siguiendo la palabra.

Al inicio en Courtil, si se hablaba demasiado, gritaba. Teniendo la costumbre de tararear, me di cuenta rápido de que esto detenía los gritos de Noah. Unicamente el sonido de mi voz modulada, sin palabra, le permitía soportar los gritos disruptivos, los ruidos intempestivos o las palabras no articuladas de los otros niños. Si yo no tarareaba, la angustia surgía para Noah teniendo por efecto que ocultase la mirada tras el brazo, que gritase y/o tirase un mueble, o que arremetiese contra nuestro cuerpo.

El taller de música interesa mucho a Noah. Si bien él toca el djembé con nosotros, con destreza, lo que le interesa particularmente son los cables eléctricos que unen el amplificador a los instrumentos y a los micrófonos. Al principio, para les desconectarlos, luego para organizar el trayecto de los sonidos producidos a su manera, y todo ello anudando su cuerpo y el mío. Luego, Noah emprendió un trabajo con el micro. Primero insistía en metérmelo en la boca, que yo cantase con él dentro, luego se arriesgó a cogerlo él mismo, y en adelante se ocupará en el taller de hacer play-back con una mímica perfecta. Tanto para cantar (bailando al mismo tiempo) como para hablar (con gestos discursivos). Haciendo esto, de tiempo en tiempo una palabra salía de su boca para su gran sorpresa. Escondía entonces los ojos tras su brazo, luego, aflojada la angustia, podía sonreír de contento, acaso aliviado de que esa palabra soltada finalmente no fuese tan terrible.

A medida que el trabajo prosiguió, algunas palabras fueron apareciendo, especialmente para marcar su desacuerdo: “No quiero”, “¡No!”, o “¡Miedo!”. Cuando circulamos por la institución, Noah vocaliza también en una lengua que imita la palabra y su pantomima. Desde hace poco, pequeños esbozos de frase surgen de tiempo en tiempo, por ejemplo, pasando delante nuestro, nos dirige un sutil “Todo bien”.

La oralidad

A la hora de la comida, Noah se sienta a la mesa y puede comer si se tienen en cuenta algunas condiciones. Hace dos años y medio, un plato vacío situado delante suyo le resultaba insoportable. Lo empujaba o lo tiraba al suelo. Pero si yo le preguntaba si podía servirle enumerando lo que había para comer, él asentía con una señal de la cabeza indicando lo que quería (no decía sistemáticamente sí a todo lo que yo le proponía, tenía sus gustos) y entonces comía tranquilamente. Cuando había terminado, desplazaba su plato un centímetro y si yo no lo quitaba, lo hacía caer al suelo. Con el tiempo, ya no hacía falta quitarle el plato enseguida, con apartárselo un poco era suficiente. Y luego esto ya no fue necesario, una vez terminado, el mismo Noah aparta ligeramente su plato ya sin tirarlo.

Al principio, si tenía que levantarme de la mesa en la que comía con él y con otros, Noah lanzaba el plato por los aires. Ahora puedo levantarme y desplazarme para ocuparme de otros niños, con la condición de que primero le diga que me voy a levantar para esto o aquello, y que luego volveré a sentarme a la mesa. El me hace entonces un signo con la cabeza y puede continuar comiendo. Por el contrario, si el niño sentado a su lado termina de comer o se detiene por un momento, el plato de esté será tirado al suelo. Como si el plato debiese quedar en vínculo con la persona que está comiendo. El objeto solo, cuando no está ya ligado a nadie, se convierte en un objeto en demasiado.

El cuerpo

Durante la primera semana de Noah en el Centro de día, se pegaba a mí apoyando todo su cuerpo en el mío. Y en los momentos de angustia, un acceso de violencia le surgía sobre el modo pulsional: cuando no tiraba los muebles, se hería mordiéndose el brazo o se confundía en el cuerpo del otro (pegándose a mí) hasta agredirle (tirar del pelo) o se enrollaba en nuestras ropas (tirando de ellas hasta arrancarlas).

En esos momentos, yo me ponía a bailar, y él bailaba conmigo. Nuestros cuerpos podían entonces despegarse al mismo tiempo que armonizaban el uno con el otro. Si a priori no había conexión de un cuerpo al otro, mediante la danza se instauró una relación que ordena, marca las leyes del movimiento y del acercamiento al otro. En cierta manera, bailar al ritmo de la música introduce lo simbólico y los cuerpos quedan tomados en una escritura, como un discurso que articularía un cuerpo al Otro.

A Noah le gusta bailar. Haciendo uso de la música de mi teléfono, pasé los primeros meses de trabajo con Noah ritmando mis desplazamientos, y Noah encontró un cierto placer en la experiencia corporal de la danza. En el ritmo, e inscribiendo su cuerpo en un movimiento idéntico y simultáneo al mío, podemos decir que predominaba la captación imaginaria. Pero más allá de esto, tengo la impresión de que el baile regula algo para él, ordenando el goce en el cuerpo. Como si el baile inscribiese simbólicamente una trayectoria del cuerpo, como una escritura. En lo cotidiano, su paso, ritmado, conserva las huellas de esto.

En adelante, Noah puede circular por el mundo de manera más tranquila. Su relación a los otros se ha civilizado y las agresiones hacia sí mismo, los otros o los objetos se han reducido radicalmente. Ahora puede jugar a la pelota, balancearse en el columpio, e incluso tomar apoyo en el vínculo con otro niño para atreverse a aventurarse en el tobogán o en los castillos hinchables. Este año, Noah ha podido iniciar una escolaridad progresiva.

Traducción: Gracia Viscasillas