Inventar para caminar

 

Alexandra Dauplay-Langlois

Asociación de familias La Main à l’Oreille – Responsable Antenne Aquitaine

 

No ha sido sencillo asumir la singularidad de mi hijo con respecto a los demás. Esa manera de ser diferente ha sido siempre más fácil de aprender en casa, aunque resultara físicamente demoledora. Me las componía con los desbordamientos de Mahé, los sufría sin comprenderlos verdaderamente, sin saber qué hacer y naturalmente tentada en vano de repetirle “¿por qué haces eso?”, “¡para de gritar!”, “¿puedes parar de saltar?”, etc…

Con el paso de los meses y gracias a un trabajo personal, mis inquietudes al respecto de la evolución de mi hijo se disolvieron y poco a poco se pudo establecer una distancia. Asumiendo plenamente su desplazada manera de ser con respecto a los otros y sobre todo al respecto de las expectativas de la sociedad, a partir de su diferencia, vivida ya como un pozo de riqueza increíble, despuntó un camino por andar y se abrieron puertas de caminos todavía inexplorados. La vida en casa mejoró. Pude acoger la expresión de su libertad en un marco flexible, propicio a pequeñas victorias obtenidas de soslayo y de invenciones cotidianas. Tiendo a ir por pasos en vez de agotarme siguiendo a toda costa una norma con el sufrimiento que supone y el gasto de energía inútilmente desplegado. Abrir en vez de cerrar, escuchar, inventar en vez de imponer, pero no sin emplazar a mi hijo ante ciertas y pequeñas responsabilidades con el propósito de que sea él el verdadero actor de esas pequeñas victorias. Aprender a vivir juntos en una familia, sea la que sea, a respetarse mutuamente.

Cuando Mahé se encuentra en un estado de extrema agitación o en una situación de repliegue ante lo que viene del exterior, cuando repite en bucle una palabra, cuando grita, la experiencia cotidiana me ha llevado a contornear su estado usando astucias en vez de entrar en su juego porque eso nos conduciría a un impasse. No hay receta milagrosa, trato de adaptarme a cada situación conforme tiene lugar: no reaccionar en un momento dado, orientarlo hacia otro tema, el aire de nada, pero haciendo uso no obstante de una firmeza para que él aprenda a respetar al otro y viva con los otros.

 

El deseo ha de venir de él

 

Si Mahé se niega a cepillarse los dientes, se lo repito una, dos, tres veces aún. Un día, su abuela estaba en casa y le repetía, en vano, que fuera a lavarse los dientes. Entonces le dije a Mahé: “no es problema mío que tu tengas los dientes sucios, mis dientes están limpios”. Sabiendo que le gustaba una chica, añadí: “a las chicas les gustan los chicos con los dientes limpios, pero tú haz lo que quieras”. Y Mahé respondió: “¡Siiiii mamá, quiero cepillarme los dientes, ya voy!”.

 

Cuando tenía 8 años, Mahé no sabía leer “con soltura”, comenzaba a descifrar las palabras y yo sentía que él podía llegar a leer frases enteras. Traté entonces de hacerle leer los textos que estudiaba en clase, hasta que llegó el día en el que se negó a ello de forma categórica. Fui consciente de que rozábamos el impasse si yo insistía. Cerré entonces ese libro y le dije que peor para él, que después de todo era por él, que me gustaba ayudarle a aprender a leer porque eso me parecía importante y porque él me hablaba a menudo de su libertad, pero que, si esto nos llevaba cada vez a esa misma situación, yo no insistiría más porque eso me resultaba muy desagradable. Mahé me suplicó que continuara ayudándole a leer, confesándome que ese libro de clase le resultaba muy difícil. Tomé entonces un librito que le gustaba cuando tenía tres años y comenzando a leerlo le pedí que descifrara lo que venía a continuación. Lo leyó aplicándose y gritó entusiasmado: “¡sé leer, vuelo!”. Desde ese día lee regularmente, al punto de poder pasar un día entero leyendo colecciones de libros.

 

Mahé está enamorado, habla todo el día de una chica que está en sexto curso. Resultaba penoso escucharlo en todo momento hablar de ello porque era muy pegajoso para él y porque lo llevaba a estados de tristeza terrible. Traté de servirme de esta historia para hacerle crecer, para responsabilizarlo, diciéndole que no solo en sexto curso los chicos saben leer libros de niños grandes, sino que también escriben y hacen más cosas todavía. Unos días más tarde, en una librería, Mahé me enseña un libro de mayores, sin imágenes, Vamos a despertar al sol. Le prevengo en el sentido de que es un libro para los niños grandes de sexto curso, él insiste por hacerse con el libro, se lo compro, y durante los tres días siguientes leyó ese libro. Poco después llegó la escritura. Su psicoanalista tuvo entonces la muy buena idea de hacerle escribir una carta a su enamorada que iría a llevar a su casa, agradeciéndole una invitación y diciéndole que él no pensaba más que en ella desde que la conoció. La escribió y esa fue una manera de concretar su interés por aprender a escribir. La chica le respondió que él escribía muy bien. ¡Estaba orgulloso, feliz, había crecido!

 

Un día fuimos con Mahé y su hermano a un almacén para comprar pegatinas de planetas y colocarlas en el techo. Mahé se fijó en los huevos kinder con las imágenes de la película Cars. Al verlos quiso que se los comprara. Le dije que no y empezó a gritar. Acordándome de una crisis que tuvo un mes antes en un supermercado, le dije que tenía que elegir entre la luna y los huevos kinder y le advertí que de todas formas no tendría las dos cosas y que la luna me parecía una compra más interesante que los huevos kinder. Cogió los huevos kinder y unos minutos después los dejó quejándose de la estrategia de ventas de los almacenes, “¿pero porqué venden huevos kinder, están locos estos tipos, cuando yo he venido a comprar una luna?”.

 

Andar con rodeos

 

Mahé se mostraba indiferente a las historias desde su más tierna edad. Dado que yo contaba historias a su hermano, le proponía, sin forzarle, reunirse con nosotros. A propósito, y para interesarle, hacía sonar con una voz más fuerte un pasaje que bien podía hacer resonancia en él. Al principio, una frase podía hacerle prestar atención, más tarde un pasaje entero. Mahé escucha ahora con gusto las historias y las pide por la noche. A veces, cuando siento que la historia no le interesa, añado como ingredientes una palabra o una frase para atraer su atención. No le planteo preguntas, pero las reformulo algunas veces para hacer puente con los asuntos de su interés del momento, del estilo de “¡Es increíble!!” o “A tu modo de ver, ¿qué va a pasar ahora?”.

 

Algunas veces, Mahé está ahí, dando vueltas en redondo durante mucho rato. Si le propongo entonces hacer algo, la respuesta cada vez es un NO. Entonces saco pinturas y me pongo a pintar, sin decir nada, diciendo de tanto en tanto lo contenta que estoy con el dibujo que he hecho… Él echa un vistazo, viene a mi lado y me dice que va a hacer un bonito dibujo, más bonito que el mío y se pone a pintar. Por supuesto, esto no sucede así siempre… voy tanteando.

 

Divertirse

 

Mahé puede ponerse nervioso en casa, repetir nombres en bucle. Si hace buen tiempo, voy con él a dar una vuelta con los patines. Vuelve más calmado y poco después se concentra en algo concreto.

 

Un día, en el jardín, salpicaba a sus primos saltando en un charco de agua. Ellos le pidieron que parara, pero él seguía haciéndolo mientras se reía. Esto empezó a poner nerviosos a todos y eso lo excitaba aún más y no podía parar de gritar y de reír. A mi vez, le pedí que parara, sabiendo que cuanto más se lo pidiera más seguiría haciéndolo. Decidí entonces llevarlo a dar un paseo mientras le decía: “Ven conmigo, tengo que mostrarte algo”, “¿Qué es?” me respondió, “¡Ya lo verás, ven!”. Vino, caminamos, olvidó la razón por la que había venido, hicimos una bella caminata.

 

Traducción de Jesús Ambel