Yolanda Sarsa
Directora de los Centros de Educación Infantil «Patinete»
La entrada del niño al Centro de Educación Infantil constituye un trabajo con entidad propia. La llegada a un lugar desconocido, en el que hay muchas personas también desconocidas, puede representar para un niño una situación muy amenazante, y el hecho de que el espacio sea atractivo y las personas amables con él, no es razón suficiente para que el niño quiera quedarse allí. Por otro lado, su permanencia en ese lugar va inevitablemente asociada al hecho de que su mamá, papá o persona de su entorno familiar que hasta entonces le cuidaba, desaparece de la escena, con la consiguiente angustia que eso puede desencadenar en algunos casos. Así que muy bien podríamos hablar no del trabajo, sino de «los trabajos» que el niño tiene que realizar en esa entrada a la institución: por un lado, tendrá que apropiarse del lugar y de los educadores para poder percibirlos como parte de su mundo familiar, y por otro tendrá que trabajar la separación de su mamá para poder vivirla sin excesiva carga de angustia.
Pero en Patinete también los educadores nos ponemos al trabajo para propiciar un buen encuentro con el niño. En primer lugar, lanzando una propuesta que nos distingue de otros Centros de Educación Infantil: que el niño, en un primer tiempo –variable para cada niño y familia- permanezca con nosotros acompañado por una persona de su entorno familiar. Entendemos que este acompañamiento le proporciona la sensación de seguridad que necesita, en virtud del «puente afectivo» que se establece entre los educadores y los familiares y que hace que, poco a poco, el niño pueda incluirnos en «lo familiar» de su entorno. El lugar y los educadores quedan entonces «empapados» del tono segurizante que transmite esa persona que le acompaña y que, como nosotros, también tiene que ponerse al trabajo. ¿Por qué? Porque la separación siempre funciona a dos bandas, por lo que también quedará comprometido este trabajo por parte del acompañante.
En muchas ocasiones sugerimos a los papás que traigan algo con lo que estar distraídos. La razón de ello es que de alguna manera se transmite al niño y también a los padres que si la mamá no está continuamente pendiente de él es porque no es necesario: hay otras personas, los educadores, que van a estar cuidándolo. Si, por el contrario, en ese acompañamiento, el niño siente que su mamá no le quita ojo de encima, puede llegar a vivir que entonces hay algo que temer para que ella esté tan alerta. Por lo tanto, lo que proponemos a los padres es que hagan un «acompañamiento distraído». ¿Y qué otra cosa se les plantea como tarea para hacer cuando están allí? Que cuando estén con su hijo en Patinete le dirijan hacia nosotros. Esto quiere decir que, si el niño les pide un juguete de una estantería, agua, una galleta… ellos tendrán para decirle que es a nosotros a quienes tienen que dirigir sus peticiones. Se trata de que les transmitan que, si en su casa son los papás quienes complacen sus deseos y necesidades, en Patinete son otras personas quienes van a hacerlo: los educadores.
Así pues, con estas dos consignas, los acompañantes se disponen a pasar un tiempo con los niños en Patinete. Pero, ¿cuánto tiempo? No hay una respuesta única. En primer lugar, contamos con la posibilidad de que un niño no pueda ser acompañado por nadie ni un solo día. Es muy posible que los padres no tengan ese tiempo, que no haya otros familiares disponibles… Y también puede darse el caso (aunque en poquísimas ocasiones) de que unos padres no quieran hacerlo. Desde Patinete les dejamos claro que no constituye una obligación: es más, no se debe presionar a ello si no se cuenta con una buena disposición. Incluso puede darse la circunstancia de que un acompañamiento, mal entendido, resulte perjudicial para el niño.
En ocasiones, nos hemos encontrado con que la madre, la abuela… pasaba su tiempo en el Patinete completamente pegada al niño, de tal manera que ni le dejaba el espacio vital para moverse, ni el hueco para poder ir introduciéndonos nosotros en esa relación. En estas situaciones se extrema lo delicado del trabajo a realizar por nuestra parte. Hasta qué punto esta cuestión es rica y complicada es difícil de advertir a primera vista.
Por otro lado, también hemos podido comprobar cómo, para algunos padres, era muy difícil estar en Patinete con sus hijos. A veces no es sencillo acceder a esa posición de «acompañante distraído», del mismo modo que no lo es sustraerse a las peticiones de su hijo. En todos los casos, para nosotros es importante observar el estilo de relación que han establecido con sus hijos.
Así las cosas, ¿cuál sería el tiempo ideal de acompañamiento para un niño? La respuesta es particular a cada caso, no hay un tiempo ideal, pero sí algunos índices de que se aproxima ese momento. Por ejemplo, solemos decir a la madre o al padre, cuando ya han pasado unos días con nosotros y observamos un bien-estar del niño en Patinete, que empiecen a irse unos ratitos: que salgan a la calle a tomarse un café, o que acudan a otro espacio de la institución –lo que propicia encuentros y conversaciones con otros padres o con otras personas de la institución. El cómo esté el niño en ese ratito constituye un buen indicador de si está llegando, o no, el momento de poder dejarlo una jornada entera a solas con nosotros.
Me gustaría hablar ahora de una cuestión completamente relacionada con este tema y que, pareciendo intrascendente, es de vital importancia: las despedidas. En la gran mayoría de los casos, cuando una mamá o papá se quieren ir de Patinete por primera vez, intentan hacerlo cuando el niño está distraído, para que no se entere de que se marcha. En Patinete les planteamos la importancia de despedirse de ellos: decirles que se van y que volverán al cabo de un tiempo, o por la tarde, y no enseguida si no va a ser así. La marcha de una mamá o papá sin despedirse puede ser vivida por el niño como una desaparición, y generarle mucha desconfianza. Hemos observado que cuando alguien ha salido a escondidas, al día siguiente el niño se quedaba pegado a él y sin capacidad para irse a buscar un juguete; y es que la sensación que el niño ha tenido es que, cuando se descuida, el otro desaparece. Esto es muy diferente del planteamiento de que el otro se va porque tiene otros asuntos que atender, pero que no desaparece sino que está en otro sitio, y que pasado un tiempo volverá a buscarlo. A veces es difícil para un niño afrontar una despedida, y es por eso que los padres intentan evitarla: para ellos es doloroso dejarles tristes, y no se dan cuenta de que cuando «desaparecen» también puede aparecer la tristeza, sólo que ellos no son testigos de ello.
Y para trabajar el tema de la ausencia, nada como un juego fundamental en estas primeras etapas del niño: el juego de «cucú-tastás» con todas sus variantes. Todos sabemos en qué consiste, pero pocos imaginan la función tan básica que cumple. Cuando el niño juega a que una cosa está y luego no está, no está haciendo otra cosa que trabajar la presencia-ausencia, poniendo en juego la capacidad de simbolización. ¿Qué significa esto? Que las cosas y las personas siguen existiendo aunque no se las pueda ver: existe (y no desaparece) el juguete que hemos escondido debajo de una tela, como sigue existiendo (y no desapareciendo) la mamá que ha salido de la guardería. De esta manera, y a través de este juego, el niño puede ser parte activa en este proceso de separación, haciendo él mismo que las cosas vayan y vuelvan, y contribuyendo así a la simbolización de la ausencia materna.
No quisiera concluir sin señalar brevemente un punto importante que puede facilitar el proceso de entrada del niño en el Centro: el tratamiento dado a los objetos que el niño trae de su casa. En muchas ocasiones el acercamiento al niño y la apertura de éste a nuestra presencia se produce a través de ese objeto, que nosotros tomamos como un objeto que forma parte de él, y al que como tal nos dirigimos, acogemos, cuidamos y damos toda su importancia.