Los dibujos animados, una puerta abierta sobre el mundo

 

Aurore Cahon y Matthieu Grosset

Association La Main à l’Oreille – Antenne Normandie

Eliott,

Nuestra maravilla, un niñito que mañana cumplirá 5 años, un niño rubio como el trigo con dos bolitas azules, una mirada chispeante.

Un niño dicho Autista…

De bebé lloraba mucho.

Desde los primeros días, no soportaba el vestirle, el desvestirle, algo que más tarde se volvió en una aversión a ser tocado.

Estaba preso de grandes cóleras que rápidamente se volvieron «crisis»…

Esbozaba palabras y cumplía bien con las casillas de su carnet de salud… gateó, después caminó, balbuceó, luego dijo algunas palabras. Eliott nos miraba, nos sonreía.

Y un día, Eliott escapó de nosotros… era como nacer al revés.

Cada día un poco más, se encerró en el mutismo.

Ya no nos miraba.

No soportaba los cambios de lugar, incluso el de pasar de una habitación a otra.

¿Qué podíamos hacer? Frente a esa sordera hacia el mundo, y puesto que él no se interesaba más por el nuestro, hacía falta interesarse por el suyo.

En el suelo, durante semanas, todo el día, lo observamos, imitando, jugando como él, tratando de imitar sus pequeños manierismos.

A veces Eliott intercambiaba una mirada con nosotros, y saltábamos inmediatamente: «¡Buen día Eliott! ¡Hace tiempo que no nos vimos! ¡La vida está acá, acá con Papá y Mamá!».

Fuera de esos momentos, sólo miraba los dibujos animados. Todo el resto era una agresión o lo dejaba indiferente.

Eliott podía mirar el mismo dibujo animado una y otra vez durante todo el día. Nosotros lo dejábamos hacer, esto parecía apaciguarlo y sobre todo era lo único que reclamaba, aparte de la comida, poniéndonos la mano sobre lo que quería.

Por nuestra parte, veíamos los dibujos animados y los comentábamos con él.

Escudriñaba los detalles del dibujo animado, la nariz pegada unas veces a la derecha de la pantalla, otras a la izquierda.

Miraba primero algunos minutos, luego volvía a ponerlo desde el principio, hasta que lo conocía completamente de memoria. Saltaba en el momento en el que había una acción repentina, apoyaba su dedo sobre un elemento visual que le gustaba, luego comenzó a imitar algunas escenas.

Elegimos seguirle.

Tan pronto como le gusta un tema, nos esforzamos por encontrar todo lo que se remite a eso, libros, peluches, pero sobre todo muñequitos. Esto materializa su pasión, y entonces, le permite llevarla por todos lados. Así podemos jugar, aprender, y abrirnos hacia otros horizontes con la adoración del momento.

Desde muy pequeño nos permitió descubrirle los insectos, sus nombres, mostrárselos en el jardín… ¡De este modo se interesó en los libros, en las mariquitas, tenía todo tipo de insectos de plástico que llevaba consigo a todos lados en un cubo, para gran condena del personal del CMP adonde llevaba sus arañas!

Buscando un dibujo animado que tratara sobre el inodoro y el control de esfínteres, me encontré con «Tibère y la casa azul».

Y este fue el comienzo de un gran encuentro, Eliott adora las marionetas y la música y se enganchó enseguida.

¡Tibère nos presta muchos servicios! Desdramatizó el inodoro, nos ayudó a aprender el placer de estar juntos, los colores, Navidad, el sueño, el cumpleaños, gran misterio para Eliott…

¡Qué fantástico vector!

El papá de Eliott encontró un saco de dormir gigante con forma de Tibère. ¡Podía llevarnos media hora que Eliott pasase del suelo al cambiador!, incluso a los 3 años.

Era entonces cuando Tibère entraba en escena (Matthieu se metía en el saco de dormir y se disfrazaba de Tibère!)

¡Y esto funcionaba a la perfección!

Le decía: «Buenas noches Eliott, (Eliott se lanzaba a los brazos de Tibère para abrazarlo), entonces ¿cómo es esto, no quieres ir a cambiarte? ¡Venga! ¡Vamos a cambiar el pañal!» Y Eliott iba, sin quitar los ojos de su Tibère-Papá!

¡Eliott reproducía las coreografías de Tibère frente a la televisión, y decía «¡bravo!»

Hicimos traer desde los Estados Unidos una casa de Tibère de plástico, con todos los personajes. Eliott jugaba mucho con ellos y nosotros aprovechábamos para intervenir en su juego y hacer pasar algunos mensajes en filigrana: «A la mesa», dice Tibère, y todo el mundo viene… «Es la hora de ir a acostarse»… «¡Volvemos!»

Tiene también una gran admiración por Pinocho. Es apelar a la imaginación, un niño como Eliott fascinado por un muñeco de madera que quiere ser un «niño de verdad»…

Se interesó por las marionetas y el gato (Fígaro).

Con las marionetas, yo inventaba historias donde una se golpeaba la cabeza contra las paredes (para hablar con Elliot de sus crisis) y Eliott escuchaba atentamente mi historia y reía a carcajadas.

Adora Fantasía y así descubrió al emblemático Mickey.

El año pasado fuimos a Eurodisney. Escuchábamos a menudo: «No soporta las compras en un supermercado… ¡¿Eurodisney?!»

¡Eliott pasó un día excelente! Vio a todos sus héroes. ¡Evidentemente no quiso subirse a ninguna atracción ni bajar de su carrito pero no se perdió ni una pizca de los espectáculos!

¡Y vio a Mickey! ¡Estaba subyugado!

Esta salida era para nosotros como un gran regalo que organizamos durante meses, para que él vIese a sus personajes allí donde viven y bailan. Para que este universo televisado deviniese realidad. Y luego, transportarlo a nuestro mundo.

Porque de hecho, esta atracción de Eliott por los dibujos animados se volvió un puente entre él y nosotros, entre su burbuja y el exterior. Verlos «de verdad» era como decirle al oído: «¿Ves?, nosotros estamos contigo, en tu mundo habitado por Mickey, Peter Pan y Pinocho, y compartimos esto juntos, ¿no es maravilloso?»

Su primer modo de comunicación fue hacer un «copiar y pegar» de los diálogos de los dibujos animados. En efecto, Eliott grababa las frases de los dibujitos, y nos las sacaba tal cual pero oportunamente, en el buen contexto.

De hecho, hicimos esta asombrosa constatación: todo el tiempo que miraba sus películas, tan encerrado en su silencio, tan impasible, registraba ávidamente todas las frases.

Así, algunas frases «robadas» nos permiten escuchar la emoción del momento. Cuando él dice «¡Él arruinó la sopa!»: Atención,¡está enojado como el cocinero en Ratatouille!

Todavía hoy cuando está triste, nos dice: «¿Pero qué te pasa Tchoupi?». (Pregunta que le hace la mamá de Tchoupi a este último cuando llora).

Hoy, Eliott cuenta hasta 10 con Mickey (La casa de Mickey).

Dice a todo el mundo «¡Hola Mickey!».

Este invierno, Eliott me quitaba mi rollo de papel para hacer un catalejo y decir como el Capitán Garfio: «¡¡Peter Pan a la vista!!», desde lo alto de nuestro sillón.

Sonríe, es feliz, nació finalmente.

No digo que sea únicamente gracias a los dibujos animados, digo que ellos nos son de gran ayuda.

Es un conjunto de cosas que nos permitieron hacer «volver» a Eliott con nosotros. El interés que Eliott siempre tuvo por los dibujos nos es cada día extremadamente precioso. Ellos forman parte de nuestra vida, de nuestros desplazamientos. Esto nos permite también que pueda esperar, en la fila de una caja, en el coche, en las múltiples salas de espera de las citas médicas. Recuerdo un estudio médico realizado mirando Fantasía en su tablet.

Es también un momento que él puede vivir en la cercanía de otros niños: en la escuela, Eliott nunca va a sentarse con todo el mundo para escuchar las historias de la señorita o para cantar, él se queda en el fondo del aula. Huye de los momentos de grupo.

En casa, frente a los dibujos animados, no solamente puede sentarse al lado de otro niño para verlos, sino incluso estar muy cerca y aprovechar para hacerle un gran mimo: esto facilita las salidas o los cambios de lugar. Siempre tenemos unos videos de Disney y el lector DVD portátil por si a caso. Y juegos educativos de Mickey.

Estamos convencidos del aspecto asegurador que esto le aporta. Y de la principal ventaja para entrar en comunicación con otro.

Una mañana, Elliott quería a toda costa mirar «Tatouille» (Ratatouille) en lugar de ir al hospital de día. Le propuse llevar la caja y el DVD de Ratatouille en su mochila. Así fue al hospital de día. Igualmente, cuando no quiere subir a acostarse, le proponemos llevar un DVD al piso de arriba.

Y luego, nosotros, padres de niños nombrados como «diferentes», nada más agradable que tener intercambios con otros padres de niños «clásicos»: «¡Jó, no me hables, Eliott acaba de descubrir también «La reina de las nieves», la adora, la vemos no sé cuántas veces por semana!»

Este pequeño detalle cambia todo, viene un poco a desmitificar el aura que rodea a nuestros niños. Vuelve nuestra vida más común. Pues antes que nada, son niños…

Traducción: Micaela Fratura