Marco

 

Nicola Aloisi, Chiara Mangiarotti

Fondazione Martin Egge-Onlus

 

Marco revela precozmente su extraordinaria habilidad para dibujar, que perfeccionará cursando los cinco años del Liceo Artístico. Tiene un trazo firme y realiza sus trabajos a una velocidad increíble: desarrolla precozmente una atracción por las historietas y dibujos animados de la Warner Bros y se ha inspirado en ellos para dibujar durante un largo periodo, mediante un procedimiento muy particular: elige sus modelos por la calle, preferentemente hombres adultos y calvos. Les hace fotografías con su tablet o smartphone, reelabora las imágenes dibujando primero una cabeza calva, a la cual después agrega una cabellera abundante de colores fuertes, brillantes. El año pasado, para el panel que reunía los dibujos con los que participa en la exposición «El mundo en singular» -presentada en Venecia por la Fundación Martin Egge Onlus, en colaboración con TEAdir-Aragón-, le propusimos como título «La ocasión se pinta calva». Los antiguos griegos representaban la Ocasión que hay que aprovechar con un niño alado, precisamente con la cabeza calva, y con un largo mechón detrás de la nuca que, justamente, había que «agarrar» deprisa, antes de que se vuele. Para Marco, ¿esto sería una manera de dar una forma a una nueva-frontera (o «neo-borde»), desplazando así la barrera que lo separa del mundo?

Conocí a este muchacho durante la preparación de la muestra veneciana; una amiga que había sido su profesora en el liceo me presentó a su madre, con la que comencé a conversar, y las conversaciones continuaron también tras la finalización de la muestra.

Marco, autista desde los dos años, hoy es un guapo joven de veinticuatro 24 años, de 1,90 de altura. Estaba atravesando un periodo muy feo: no quería ir más al centro de orientación cognitivo-conductual en el que había estado inscrito hasta ese momento, estaba agresivo y violento, apenas algo le molestaba mostraba el puño. Además, la actividad artística parecía no constituir ya un recurso pues los personajes que dibujaba se habían transformado en monstruos inquietantes que lo agitaban. Por un lado, no podía dejar de dibujarlos; por el otro, le inducían  tal angustia que lo obligan a romper en pedazos las hojas que los retrataban.

Durante nuestras conversaciones explico a la madre un principio básico de la práctica à plusieurs («practica entre varios»), que aquí resumo como un no dirigirse directamente al chico sino siempre a un tercero en praesentia o in absentia; en los momentos críticos, cuando Marco rompe algo o muestra el puño, la indicación es enfadarse con el puño y dialogar con éste a una cierta distancia; no ser directivos ni propositivos, seguir la inclinación del chico y, en todo caso, comenzar a hacer una actividad, en vez de proponerla.

Mis sugerencias fueron recibidas y aplicadas, y comenzaron a dar frutos. Marco se pacifica gradualmente. Pasa sus días principalmente esperando realizar una actividad: un paseo cotidiano al «bosque de Brendola», adonde va con el padre, una cita fija a la que Marco no renuncia por ningún motivo y, posteriormente, ver un programa televisivo de viajes, Marco Polo. La relativa tranquilidad alcanzada tiene efectos también en el campo de la pulsión oral: hasta entonces Marco se alimentaba esencialmente de pan, pizza y dulces; sin embargo, comenzó a probar nuevos alimentos, de los que anteriormente nunca había querido saber. Así, en enero de este año, la madre decide hacer la prueba de acompañarle a Venecia a un taller de pintura dirigido por Nicola Aloisi en colaboración con un pintor, Gino Blanc, que puso a disposición un espacio de trabajo en un lugar poco distante de la sede de la Fundación Martin Egge Onlus, en el marco de la cual ha sido realizado este trabajo.

Nicola Aloisi relata el trabajo en el taller:

Marco llega en compañía de sus padres. Le pregunto a la madre si puedo saludarlo y, cuando ella lo invita a saludarme, él me da la mano, llamándome por mi nombre. Marco se mueve constantemente, gesticula y murmura continuamente, completamente inmerso en un flujo de palabras que no son suyas. ¿Cómo hacer para que pueda haber una ocasión de encuentro, de modo tal que Marco pueda sentirse acogido en su particularidad? Para llegar a convencerlo a venir a una cita con nosotros, la madre le propone ir a pintar «el bosque de Brendola», sin decirle que vendría a Venecia, lugar que le evoca un recuerdo negativo debido a una excursión escolar que anduvo mal.

Al primer encuentro Marco trae una foto de su lugar predilecto y en pocos minutos lograr hacer el dibujo del bosque, con un trazo continuo y sin vacilaciones. Está absorbido totalmente en su trabajo y lo termina en poco tiempo. Durante la sesión siguiente, mientras Marco se prepara para pintar, murmurando y gesticulando continuamente, pongo en el aparato de música un tema de los Ultravox, un grupo musical de los años ’80. La madre me había dicho que le gustaba ese grupo. El efecto es sorprendente, Marco deja de murmurar y de gesticular, concentrándose totalmente en la actividad pictórica. Pareciera que el «ser hablado» continuamente fuese un filtro para no ser molestado por el ruido de fondo que para él siempre está presente, y que la música le permitiese cubrirlo. Finalmente puede descansar y permanecer en silencio.

Marco continúa viniendo con gusto a nuestros encuentros, pareciera que el taller de pintura funcionase para él como un marco donde encontrar un ambiente regulado, con puntos de referencia fijos -el día, el lugar, el horario, el material preparado con las hojas de dibujos ya acomodadas, la música preferida- que le permiten pacificarse y también expresar de la mejor manera su habilidad y su pasión. En este marco, mi tarea y la de Gino es presentarnos como un Otro regulado: hablamos en voz baja, sin dirigirle ni la mirada ni la palabra. Nos ponemos a trabajar a su lado sin imponerle nada sino -a través de una triangulación obtenida hablando o haciendo propuestas entre nosotros, por ejemplo, sobre el uso de un color, de un material o de una cierta técnica pictórica –buscamos incluirnos delicadamente con elementos nuevos, que parece acoger sin sentirse obligado a hacerlo. Marco, refractario a cualquier regla o modelo educativo, sensible a la voz y a la mirada del Otro, se ha sentido acogido en su particularidad -y esta es la única norma que nos guía-, valorizado en sus objetos y creaciones, respetado en relación a sus lugares y sus tiempos, puesto en las condiciones que le permiten expresar mejor sus potencialidades.

No sabemos qué soluciones podrá inventar Marco en el futuro. Qué hará de las diferentes versiones del «bosque de Brendola», una suerte de Mont Saint Victoir de este nuevo Cézanne. Claro que sorprende su cambio de estilo. No sabemos qué destino tendrán sus personajes precedentes, inspirados en las historietas. Un breve diálogo desarrollado durante el almuerzo da testimonio de que no los ha olvidado: La madre estaba contando, en presencia del marido y del otro hijo, la experiencia de Owen Suskind -el niño que aprendió a hablar a través de los dibujos animados de Walt Disney-, y Marco le responde: «No Walt Disney… Warner Bros». Evidenciamos que el recorrido que este muchacho ha llegado a realizar en pocos meses no hubiese sido posible sin la confianza que quiso otorgarnos su madre y, digámoslo, tampoco sin su coraje para cambiar de orientación y ponerse humildemente a escuchar a su hijo, lo que constituye un testimonio de que no puede haber invención subjetiva sin que ésta pueda ser reconocida y sostenida por los padres. Cada uno encuentra su solución fuera de las normas, pero no sin el Otro.

Traduzione: Silvia Cimarelli