Bailando en la luz

 

Oksana Kolodna

Asociación de familias TEAdir-Aragón

 

Ocurrió hace unos años, cuando nuestro hijo tenía 3 y para nosotros era el tiempo duro de la incertidumbre.

Acompañé a mi hijo a una excursión a una granja-escuela junto con los niños y profesores de la guardería. Pensé que eso sería algo de lo que disfrutar, pues los animales le gustaban mucho ya por aquel tiempo. Al llegar allí, me dolió la distancia.

Mientras los otros niños escuchaban sentados y atentos las explicaciones sobre los animales, mi hijo permanecía de pie, ajeno a todo lo que había a su alrededor. En la penumbra del establo, él miraba hacia un rayo de luz que parecía captar todo su interés, y movía los dedos de sus manitas en un movimiento extraño. Yo le llamaba, le incitaba a sentarse junto a los otros niños. El parecía no escucharme.

Hasta que, curiosa, decidí interesarme por lo que a él le interesaba. Me agaché poniéndome a su altura. Miré hacia donde él miraba. Y entonces lo vi. En el rayo de luz que atravesaba la oscuridad del establo bailaban millones de puntos de luz. Era un espectáculo mágico al que sus deditos se sumaban con la delicadeza del movimiento. Me uní a él sintiendo que compartía ese momento, y entonces ya no lo sentí ajeno.

Héctor tiene ahora 7 años. Es un niño muy inteligente, cariñoso, amable, pícaro. Ahora le interesan muchas otras cosas. Pero comenzó su apertura a través de los animales. Se abrió al lenguaje pronunciando las onomatopeyas de estos que nosotros tomábamos como palabras, los dibuja insistentemente, los conoce, los inventa, los clasifica en sus hábitats, los coloca en escenarios junto con otros, construyendo familias, cuidadores que les atienden, haciendo mundos cada vez más complejos.